Luis Alcoriza
Siempre le gustó mucho la idea y el guión que teníamos de La mujer y el pelele6Basado en la novela La femme et le pantin, de Pierre Louÿs, retomada con Carrière mucho más tarde como punto de partida de Ese oscuro objeto del deseo. ¡Qué lástima que no se filmó! “Algún día lo haré, algún día lo haré...”, me decía. Y cuando trató de realizarlo, como ya lo tenía que filmar en Francia, en parte cambió la idea de nuestro guión, luego vino el problema de que la actriz inicial no sirvió y tuvo que cambiarla por otras, y ya modificó la idea. Pero nuestra propuesta era violentísima originalmente. Esos momentos en parte eróticos y de gran violencia pienso incluirlos en un libro que proyecto para que se vea hasta dónde llegaba si hubiera sido filmado ese guión sobrecogedor.
Ángela Molina
Don Luis dividió las escenas, pero decía que podía cambiar en cualquier momento y, de hecho, alguna vez cambió una escena por otra. Hubo una que estuvo móvil varios días y hasta que no decidió, no se rodó. Era la escena cuando le daba la llave a Fernando de la casa en que vivía y él me pegaba. Y otra escena en que Carole estaba en la cama con un corset muy complicado y don Mateo se ponía nerviosísimo para quitárselo. No es que Luis no supiera, es que no tenía claro si yo tenía que interpretar una o la otra. Hasta el día que llegamos al rodaje y nos dijo: “Bien, tú haces hoy ésta y mañana tú, la otra”. Nosotras nos quedábamos al lado del video viéndolo todo con él, gozosas; o sea, no existía ningún problema, ninguno.
La escena que recuerdo más con Fernando —con quien trabajé mucho después de esa primera película— es cuando don Mateo va a verme a casa y me regala un bolso, al que no le doy importancia. Lo dejo por ahí, porque estoy ensayando, estoy bailando. Y otra escena que me da mucha gracia es aquella en que tenía que bailar desnuda.
Buñuel es muy pudoroso y cuando terminamos de rodarla, ordenó: “¡Cúbranla, cúbranla!”, como si fuera la estatua de no sé qué, de la libertad... La recuerdo muy bien, porque yo tenía también pudor y vergüenza y me impresionaba un poco. Los que tenían que estar ahí mirándome eran turistas japoneses. Fui a tomar un café allí en los estudios y ellos me comentaron: “Nos vamos de esta película, no vamos a aparecer en esa escena —sabían que yo actuaba pero ignoraban en qué papel— porque nos hemos enterado que es una película erótica”. Y les dije: “No es una película erótica, es una película de Buñuel”. “Sí, pero nos han dicho que ahora hay una bailarina que baila desnuda y no queremos estar...”. Finalmente se fueron y recuerdo que los figurantes que reunieron para la escena eran el productor, Silberman, los amigos de Buñuel, los técnicos electricistas... Se pusieron todos ahí y se rodó de tal manera que no me veían.
Buñuel era persona de un pudor casi enfermizo. Sabía que la mujer —y en ese momento era muy joven— podía resultar herida al hacer aquello; entonces, con ese sentido del respeto tan enorme, él lo pasaba casi peor que yo y me sentía bien porque sabía que me estaba entendiendo. Era fascinante trabajar con él, era de una generosidad perfecta.