que la lengua, que no es poca cosa, sino que tiene toda la cultura detrás, nos una, nos lleve hacia delante, nos lleve a mezclarnos. Me gustan mucho estos encuentros, estos premios. Me parece no solo una idea fantástica, algo que hay que hacer, más frente a lo que llamamos primer mundo, mundo anglosajón, que hacen las cosas a su manera; quizá nosotros podemos hacerlas a la nuestra, y con la misma calidad.
En esta película3
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El hombre de las mil caras (2016), dir. Alberto Rodríguez., yo tenía un personaje complicado porque era un personaje que había existido, un personaje real, un agente secreto español tremendo. Por lo tanto, él pretendía que se supiera lo menos posible de él mismo. Es alguien que llevaba una gran máscara, y yo, que soy muy distinto a él físicamente, tuve que construir esa máscara. Dije: “Con un hombre que está detrás de sí mismo, de los ojos, que se esconde, esconde los pensamientos, las emociones, todo, ¿cómo hago para que el espectador tenga un cierto interés en este hombre que está diciendo todo el rato ‘no estoy aquí’?”. No sé cómo lo hice, creo que lo hice. Tenía una gran cualidad, la de engañar, mentir, manipular; era muy bueno en eso este hombre, engañó al Gobierno español, engañó a todo el mundo, realmente, de una forma muy casera. Cuando tenía que hacer ver que había ido a Laos, él vivía en París, cogió al chino del bar de abajo y le hizo vestirse con un uniforme de Laos y lo filmó en otro lado. Era un poco de “Mortadelo y Filemón” (historieta humorística), como decimos en España. Alguien que tiene una gran cualidad, tiene que tener un gran agujero. Leí muchas cosas de Francisco Paesa, que es como se llama el personaje, y aún está vivo, y claro, los libros, así de gordos, hablaban de sus hazañas, de lo que había hecho; no había nada de él. No había prácticamente nada de él. Encontré alguna frase y me pillé como una lapa. Decía que le sabía muy mal y tenía mucho complejo porque sus padres no le habían enseñado a usar los cubiertos del pescado. Y pensé en escarbar ahí: “Este hombre tiene un cierto complejo, quiere aparentar lo que no es, quiere aparentar ser de clase y no lo es, eso le da mucha vergüenza, hay una máscara detrás”. Y luego investigando elegí —porque a veces en los personajes descubres, y muchas otras, inventas; y creo que es bonito inventar, es mucho más creativo; la cosa es que tenga cierta lógica, que el personaje sea creíble y tenga una analogía con lo que fue, aunque sea inventado— que su parte más frágil eran las relaciones humanas y la empatía. Creo que es lógico que un agente secreto, alguien que se dedica a engañar, a manipular a todo el mundo, a estafar, a que haya muertos de por medio, tenga un bajo nivel de empatía, porque será mucho más fácil su trabajo. Eso hice y entonces intenté dar una pequeña pincelada con los pocos momentos que tenía en el guion para ver que la relación con su esposa era la que era, a él le gustaría que fuera distinto. Cuando dos se besan o se dicen: “Te quiero”, el hombre se inclina y dice: “Mira cómo lo hacen”. Tenía muy poca oportunidad, pero eso hice. Iba con un muy buen director, y es una película muy especial.
Leonardo Sbaraglia: Hola, mucho gusto de estar acá, con hermosos compañeros.
A veces te dan personajes que están muy cerca de tu piel, que están a dos centímetros de tu piel, y no por eso son menos difíciles; al contrario, a veces los que están tan cerca tuyo son los más difíciles porque tenés que mover algo de tu propia alma. En este caso era lo opuesto4El otro hermano (2017), dir. Israel Adrián Caetano.. Era uno de estos personajes que a veces te ofrecen, y vos decís: “Nunca me daría a mí mismo este personaje”. Me ha pasado cuatro o cinco veces en la vida, que me han ofrecido estos personajes, que decís: “¿Por qué me lo ofrecen a mí? Se lo tendrían que ofrecer a tal...”. Y justamente creo que esos personajes son los más, a priori, impactantes. En este caso, cuando leí el guion, sentí al personaje mayor que yo, más grande. Era un personaje de una enorme sordidez e inhumanidad, era un tipo siniestro, un militar retirado de la Fuerza Aérea Argentina. A nosotros, en Argentina, nos toca eso muy de cerca y conocemos mucho esa identidad. Entonces, yo me puse a charlar con algunos militares —tuve la suerte de hablar con algunos que no tenían nada que ver con el personaje, pero yo trataba de no explicarles cómo era mi personaje porque no me iban a contar nada— para tratar de entender algo. Yo soy un actor muy trabajador, y voy con todo, y de alguna manera uno se quiere asegurar algunas cosas. Pero en este caso, fue todo lo contrario —en ese sentido estoy un poco con lo que decía Antonia—, quizá por un momento particular de mi vida en el que estaba un poco como en el aire. Me encontré con un grandísimo director, muy genial, y él como propuesta me sugirió casi el punto inverso: hacer este personaje de gran oscuridad y sordidez casi como si fuera un capo cómico, casi un payaso. Un tipo que tenía que ser muy carismático, pero con mucho humor. A mí esto me costaba mucho, porque además tenía que hacer un acento no porteño —porteño es de Buenos Aires, donde se habla de una manera particular, un poco dura—. Este hombre era del norte argentino, y aunque el director no quería que hiciera el acento de El Chaco, fuimos encontrando una manera de hablar del personaje, una manera de moverse.
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Adrián [Caetano], que es un gran director, me decía: “Subí la cabeza porque estás muy porteño”, porque el porteño es más tanguero, con la cabeza para abajo, y este tenía que ser un tipo de pueblo. Yo sentía que él me iba manejando. Y ahí iba a lo que decía Antonia, en el sentido de que en algún momento tenés que dejarte perder en eso. Yo todo el tiempo sentía que estaba haciendo el ridículo porque hablaba de una manera que no era como la mía, muy rápido, con ese humor tan extraño. En un momento, mi compañero
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Daniel Hendler, que es un gran compañero, a la semana o dos de rodaje, cuando yo ya decía: “Esto es un horror”, me dice: “No te preocupes que a pesar de todo, está orgánico, hay vida”. En este caso en particular, yo me dejé llevar por esa intuición. Por eso me gustó lo que decía Antonia, hay algo de ese salto al vacío que te da cosas nuevas actoralmente, expresivamente, porque si no, de alguna manera, inevitablemente, siempre te querés apoyar en un lugar. Querés buscar lugares donde vos pesás,