Región pobre, Galicia no dejó de exportar al mundo mano de obra, de forma prácticamente constante entre la segunda mitad del siglo xix hasta después de la Guerra Civil Española hacia América Latina —con 70% de las españolas que viven en Buenos Aires siendo gallegas, normal que esta palabra se use para referirse al conjunto de la comunidad— y en los años sesenta y setenta con un repunte a países de Europa como Alemania o Suiza. Por tanto, toda gallega ha tenido o tiene a alguna familiar emigrada y puede comprender la necesidad de comunicación con las suyas que desprende Vikingland. En su diario, O Haia habla de la rutina de trabajo y de los choques culturales o de costumbres que pueden producirse a partir de ella, nos enseña su entorno en los tiempos muertos, nos presenta a los miembros de la tripulación y, quizás lo que para muchas de nosotras sea el corazón de la película, nos invita a su mesa. En un momento de la cena de Navidad, que coge a los marinos embarcados, O Haia decide girar la cámara hacia los comensales gallegos que se juntan en el buque y mandar un saludo a su familia desde allí. Los productos típicos que comen, las conversaciones, la forma de hablar... Todo remite a Galicia, aun estando en la fría bodega de un carguero en el Mar del Norte.
Desde un punto de vista cinematográfico, Chirro hace principalmente de montador, y aquí es donde se encuentra su parte de autoría, que quiere compartir siempre con el marinero en cada declaración pública que realiza al respecto. Uno de los trazos significativos de Vikingland es que su autor decide dejar íntegras las secuencias tal como las filmó el marino, aun con el riesgo de que puedan hacerse largas o que en el plano no ocurra aparentemente nada. Este respeto por el material original no es común en un cine de apropiación que acostumbra a realizar montajes más nerviosos y que subliman la personalidad del autor. Aquí la única que se quiere destacar es la de O Haia, que se muestra como un verdadero realizador al controlar a la perfección la imagen que da de sí en una puesta en escena que podría considerarse la precursora del selfie. Vikingland no es por tanto sólo importante para las gallegas, sino que se trata de una de las películas de apropiación más inteligentes de los últimos años y, desde luego, una de las más respetuosas.
En la misma línea, aunque filmada por el propio autor, destaca No Cow on the Ice, de Eloy Domínguez Serén, quien pertenece a una nueva generación de emigrantes. Por motivos de trabajo o personales, ha vivido en Milán, Barcelona, Estocolmo, en una aldea del helado norte de Noruega o en los campamentos de refugiados saharauis. Incansable viajero, de su experiencia los primeros meses en Suecia nació su película
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Pettring (2013). Filmada con su iPhone prácticamente en su totalidad —práctica que toma de
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Andrés Duque13Domínguez Serén, cofundador de la revista A Cuarta Parede, se quedó impactado en su momento a raíz de esta conversación con el director venezolano. —, se trata del típico diario en el que reflexiona sobre las condiciones de trabajo y la distancia, de su condición de peón de obra —con puesto de pettring, ‘aprendiz’— en un país que le es ajeno, del que no conoce su lengua ni sus costumbres. El trabajo destaca por su sencillez y honestidad, y evolucionará en lo que es No Cow on the Ice.
Ya hablando la lengua —Eloy nos muestra su aprendizaje— y mucho más integrado en la cultura, el realizador filma, ya con una cámara profesional, sus últimos meses en Suecia. Así, la película se convierte en un díptico con una primera parte en que su realizador está aprendiendo a hablar, tanto en términos orales como cinematográficos, y otra en que ya domina mejor el lenguaje, de su habla y de su cine. Por tanto, la cinta captura su evolución personal y como cineasta, alzándose como un retrato honesto de la emigración de nuestros días, donde muchas graduadas universitarias del sur de Europa sobreviven en condiciones laborales similares a las de sus padres en su momento, en el centro o norte del continente.
Del corazón de una emigración interior partió también N-VI, la carretera que unía Madrid con Galicia antes de que existieran las modernas autopistas. Pela del Álamo conoce bien esa vía de utilizarla con sus padres de niño. Hoy, como en muchas carreteras antiguas, sus localidades se han quedado despobladas ante el poco movimiento de sus pueblos fantasma. El realizador los visita, retratando su idiosincrasia e intentando establecer un periplo personal por las geografías que poblaron su infancia. Influenciado por On Hitler's Highway (2002) de
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Lech Kowalski, donde el norteamericano recorría la carretera más antigua de Polonia a modo de viaje tanto físico como emocional, del Álamo entabla también diálogo con diversos personajes que se encuentra en sus paradas. Con un aroma a lo
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Kerouac, este road trip es un viaje al pasado que destila una cierta melancolía hacia unas figuras que habitan paisajes de otro tiempo. N-VI es un intento de capturar un mundo en desaparición, con retratados que rebosan personalidad y un cuidado estético que bebe de la tradición fotográfica de William Eggleston o Stephen Shore. Si en lo narrativo Kowalski es la referencia, el Werner Herzog de Stroszek (1977) emerge como un tótem a la hora de captar la luz sobre el asfalto. Por estos derroteros se mueve una película que en el fondo habla también de economía y de cómo ésta afecta al flujo de personas y al paisaje.
Está claro, lo personal es político. Partiendo de la emigración, muchas cineastas gallegas así lo han entendido. La que también nació aquí fue
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María Ruido, que en uno de sus primeros trabajos en 2002, La Memoria Interior, usaba registros con los padres sobre su emigración en Alemania para hablar de algo que excedía con mucho lo personal. Interesada en los sistemas de producción, el grueso de la obra de esta artista —más asociada quizás al videoarte que al cine— se ha caracterizado por estudiar la evolución del sistema capitalista en masas de productores a consumidores. O, lo que es lo mismo, la desaparición del concepto de clase obrera a lo largo de los años ochenta, sustituido por lo que
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Zygmunt Bauman llamó la “modernidad líquida”14Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 1999.. En ella, la ideología parece no existir, aunque en el fondo lo que opere sea un neoliberalismo incontestable.