Nos tenemos que adaptar a una nueva circunstancia en donde estamos abocados a una conversación, a una mayor horizontalidad. Esto me parece que lesiona por una parte el ego del crítico, porque ese ejercicio de poder da unos beneficios simbólicos interesantes, pero al mismo tiempo es mucho más enriquecedor porque es también la oportunidad de escuchar al otro. En esa mezcla de formatos en la que los críticos nos hemos tenido que reinventar, hay uno que es la presencia voz a voz, cara a cara, que me parece fascinante. Todos hemos tenido la experiencia del aula de clase o la experiencia de un cineclub, una confrontación más directa donde la relación ya no es solamente escrita sino física. Es confrontarse con este alumno, con este espectador, al cual no se puede menospreciar, al que ya no se le puede mirar desde arriba como “yo soy el que sé, usted no sabe nada” —sería abocarse al fracaso—, sino al que hay que escuchar. Parto de la idea de que estamos educados audiovisualmente y ninguna educación es superior, sin embargo los críticos tenemos un nivel de información que puede orientar la discusión hacia ciertos lugares. Pero la discusión se da en unos términos que tienen que ser consensuados. Esa idea del crítico que tiene la verdad absoluta es lo que está en crisis. Está Carlos Boyero, en España, en El País, que tiene mucha audiencia porque hay una nostalgia de esa autoridad, de esa idea de que “yo lo que quiero es que usted me diga si la película es buena o es mala”, y ese es el nivel de toda la conversación. Eso está en crisis y eso favorece a un nivel dialógico excitante.
La tercera, para terminar, es que los críticos hacemos un ejercicio de futuro. Nuestra influencia en el presente es mínima. No definimos el destino de las películas a nivel comercial, eso es una fantasía que los distribuidores o los creadores meten para presionar. Afectamos los egos de las personas, por supuesto, eso sí está claro. Pero sí filtramos lo que las generaciones futuras van a considerar importante; pasa, en esencia, primero por nosotros. Ahí veo una enorme responsabilidad porque nosotros escribimos los libros, seleccionamos las películas en los festivales, curamos las programaciones de las televisiones públicas y, en algunos casos, los paquetes de DVD. Elaboramos cánones, establecemos genealogías, y ahí está muy viva la participación del crítico recuperando una autoridad que en el día a día se ha perdido.
Diego: Mi temor con respecto a la creación del canon, esto de escribir a futuro y dar a entender qué es lo que otras generaciones van a pensar, es que lo que suele suceder después de un tiempo es que hay una especie de revuelta contra ese mismo canon. Otra generación va a llegar y decir: “Todas esas película que ustedes celebraron y programa- ron y empaquetaron son en realidad una mierda y las que eran buenas eran las otras, las que se olvidaron”. Suele pasar con las generaciones previas a las de uno. En algunos casos uno ve críticas de los sesenta y dice: “¿Cómo puede ser que hablaron tanto de estos cineastas y no de estos otros?”. Todo el tiempo aparecen retrospectivas de cineastas que jamás habían sido vistos o reconocidos en su momento.
Por otro lado, dos cosas más prácticas que a mí me preocupan del tema internet: Una tiene que ver con la desprofesionalización del trabajo crítico. Cuando empecé, algunos podían vivir de la crítica de cine. Si tenías un trabajo en un periódico, podías escribir críticas y entrevistas y sostenerte económicamente. Hoy en día son muy pocos los que pueden hacerlo, y un poco empezó a pasar a partir de internet. El fenómeno de esta democratización generó un tipo de crítico que quiere escribir sobre cine y al que no le importa que le paguen o no. Es un hobby que va a terminar generando un problema con respecto a las anteriores generaciones o los que creemos que debería ser un trabajo pago. Tengo la impresión de que las generaciones que crecieron on line no lo ven así, asumen que no es una forma de vida ni de sustento económico. Con esto me parece que se produce una pérdida también, porque poder vivir de esto, profesionalmente, genera un compromiso con el trabajo crítico mayor que el mero hobby de escribir crítica, como siete otros hobbies que uno tiene en la vida.
También me preocupa la inmediatez. De todos modos soy culpable y lo hago todo el tiempo, pero me molesta la necesidad de tener que decir algo rápido, apenas se termina de ver una película y en dos minutos en un tuit o en Facebook. Muchos críticos tenemos como una especie de compulsión y sentimos la necesidad de tomar el teléfono o la computadora apenas acabamos de terminar de ver Star Wars o lo que se estrene en Cannes, y escribir algo que muchas veces no está lo suficientemente elaborado. Es una primera reacción de la que muchas veces uno después se arrepiente. Cada vez más, los textos largos de análisis, los textos que requieren más atención, se van leyendo menos, y se buscan las listas de fin de año: las 35 mejores escenas, los 14 mejores besos y así. Si ven internet, son todos rankings. La cuestión del listado, de las estrellas y de cuántos puntos se le pone a una película lleva a muchos lectores a no leer siquiera lo que está después. Eso me parece preocupante en cuanto al trabajo crítico.
Otra cosa que veo distinta a ustedes —y tal vez eso tenga que ver con mi experiencia en Buenos Aires, que es (o era) una ciudad bastante cinéfila— es que siento que en un momento la crítica de cine sí podía influir. Aunque su misión no fuera, y coincido con lo que dicen, decirle a la gente qué ver y qué no, sí podía apoyar a que determinados cineastas y películas consiguieran un cierto público. Funcionaba casi como una especie de resistencia contra la publicidad. Si la publicidad podía hacer todo el trabajo para que la gente viera Star Wars, uno desde su modesto lugar podía hacer todo lo posible para que la gente viera una película de
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Abbas Kiarostami. Les pregunto: ¿No tienen la impresión de que eso sí se puede hacer, que existe la posibilidad de defender a esos “animalitos sueltos” que quedan desprotegidos y de los que nadie se ocupa? No creo que esté perdido del todo eso.
Fernanda: Estoy de acuerdo contigo. Yo tengo opiniones encontradas sobre el mismo tema porque en México, cuando sabemos que una película va a estar un fin de semana en un solo cine, creo que muchos nos abocamos a darle, por lo menos, visibilidad.