En tres años, la producción de cortos pasó de 6 a 83. La medida, en principio útil, pronto se convirtió en otra manera de hacer dinero fácil: unos realizadores hacían cortos con retazos de filmes y descartes de cuñas comerciales, y algunos exhibidores encontraron que era más barato producir a través de testaferros. Esta situación llevó a la creación de una Junta de Control de Calidad que para algunos fue solo una junta de censura, de manera que tanto la Junta como el Sobreprecio se ganaron una larga lista de críticas, de entre las cuales la más importante es el descrédito que arrojaron sobre el cine nacional. Es verdad que gracias al Sobreprecio se realizaron más de 600 cortos de los cuales 439 son documentales, y es verdad que entre esos centenares de cortometrajes hay unos pocos trabajos interesantes e incluso importantes, y que todos esos filmes fueron útiles en la formación de técnicos y creadores, pero también es verdad que tantos trabajos mediocres, desenfocados e inaudibles destruyeron el interés de los colombianos en su propia cinematografía, y que es gracias al Sobreprecio que para comienzos de los años ochenta, los colombianos pensaban que el suyo era el peor cine del mundo.
El gobierno central de Colombia se inventó en los años cuarenta una ley que no se aplicó, y en los setenta creó el Sobreprecio y Focine. Los esfuerzos del Estado colombiano para apoyar a su cine no habían sido afortunados, y los cineastas desconfiaban, pero a pesar de eso (o gracias a eso), a mediados de los años noventa un grupo de artistas y gestores culturales empezó conversaciones con el gobierno del presidente
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Ernesto Samper. En su campaña a la presidencia por el Partido Liberal, Samper prometió la creación de un Ministerio de Cultura que recogiera la labor de organizaciones que ya existían, como Colcultura, y que emprendiera nuevas tareas como apoyar al cine. Entre quienes dialogaron con el presidente estaban Isadora de Norden, que fundó la Cinemateca de Bogotá y dirigió Focine y luego Colcultura, y Ramiro Osorio, que también había dirigido Colcultura y quien, al lado de
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Miguel Durán y
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Fanny Mickey, había sido uno de los fundadores del Festival Iberoamericano de Teatro. Junto con estos gestores estuvieron artistas y emprendedores de muy diferentes procedencias, como la actriz Adelaida Nieto y el cineasta
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Felipe Aljure, entre otros.
En el año 1997 se estrenaron 252 películas en carteleras comerciales de Colombia, de las cuales la única cinta nacional era La deuda de
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Manuel José Álvarez y Nicolás Buenaventura. Ese fue el año en que se aprobó la Ley 397, Ley de Cultura, norma que creó por primera vez un instrumento para la preservación de los patrimonios culturales y para el desarrollo de las artes y las culturas. La Ley de Cultura creó el Ministerio de Cultura y a su interior 12 direcciones, entre las que estaba la Dirección de Cinematografía, que encabezó Felipe Aljure.
La estructura que Aljure le dio a su dirección respondía a la cadena de valor necesaria para la existencia del cine: un grupo de formación humana e infraestructura técnica, uno de convocatorias y producción, y uno de festivales, circulación y preservación. En un primer momento, las personas que entraron a trabajar a “Cinematografía”, como le decían al grupo, hicieron parte de un mismo embrión desde el cual se diseñaron todos los programas.
En diciembre de 1997, Felipe Aljure trabajaba en una oficina del segundo piso de la Casa del cine, una habitación que tenía un baño púrpura tan grande como la misma oficina. La casa seguía siendo una bodega, y además de los gatos, a Aljure solo lo acompañaban los vigilantes que se turnaban para dejar pasar a todo tipo de visitantes:
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Ramiro Osorio y Miguel Durán (a quienes el presidente Samper nombró ministro y viceministro de Cultura), Adelaida Nieto (directora de Infancia y Juventud), asesores en administración pública, plomeros y albañiles, muchos cineastas y cinéfilos ilusionados con un cine nacional y, como pasa en cualquier país, una pequeña pero sólida lista de buscavidas.
El primer día que entré en la Casa del cine lo hice por invitación de Felipe Aljure, quien me había propuesto hacer parte del equipo de la Dirección de Cinematografía. Nacido en 1957, Aljure es un hombre alto, siempre ha tenido barba y pelo largo y usa ropa relajada, apropiada para un rodaje o para un largo viaje por carretera. La primera vez que conversamos lo hicimos por dos horas y sin parpadear. Le encanta hablar y lo hace como un chamán que es capaz de hilar el cosmos con el cine colombiano, y los movimientos sociales con las energías del espíritu. Aljure es un artista y un soñador, pero, aunque no lo parezca, también es un empresario: siempre tiene sus cuentas y sus metas claras.